SADE HOY
Paul Chan
Originalmente publicado en The Evergreen Review Primavera/Verano 2025 traducción de Diego Gerard Morrison
Hace unos días una amiga me reenvió un artículo de opinión de Judith Butler publicado en The Guardian. Mi amiga me conoce bien, así que (correctamente) asumió que no lo había leído. No he leído noticias de ningún tipo desde noviembre de 2024.
Mi amiga también sabía que el artículo me interesaría, ya que Butler menciona a una figura que ha estado en mi mente desde la última elección presidencial de Estados Unidos: El Marqués de Sade. Butler no menciona a Sade específicamente por su nombre, pero lo invoca de la manera que la gente lo conoce mejor—como una idea incrustada en nuestro léxico general.
El artículo de Butler lleva el título, “Trump está desatando el sadismo sobre el mundo. Pero no podemos abrumarnos.” Variaciones nominales en torno a Sade como “sadistas” y “sadismo” aparecen cinco veces dentro del texto. Seis si contamos la palabra “sadismo” del título.
Quiero adentrarme en la invocación que hace Butler en torno a Sade, no sólo porque es apropiada, sino porque la obra de Sade como escritor es notablemente (quizás incluso singularmente) esclarecedora sobre el estado en el que nos encontramos actualmente.
El sadismo describe la tendencia de derivar placer del dolor, a partir del sufrimiento y la humillación de otrxs. Este término tomó inspiración de los escritos de Sade, ya que los personajes principales de sus cuentos parecen no tener otro propósito en la vida que no sea infligir dolor y sufrimiento sin sentido y arbitrario en otrxs para así tratar de satisfacer su propio sadismo.
Pero Sade no considera esta tendencia simplemente como un rasgo psicológico. En su obra más notable y conocida, Los 120 días de Sodoma (1785), Sade es muy explícito en torno a donde él cree que todo esto surge: de la guerra. Dejo aquí su introducción a Sodoma:
Las extensivas guerras que fueron tal lastre para Luis XIV de Francia durante su reino, drenando la tesorería del Estado y agotando la esencia del pueblo, no obstante, contaban con el secreto que condujo a la prosperidad de un enjambre de sanguijuelas que siempre esperan calamidades públicas, esas que, en lugar de apaciguar, promueven o inventan para, precisamente, poder sacar rédito de ellas de manera más ventajosa. El fin de este reino tan sublime fue quizás uno de los periodos en la historia del Imperio Francés, cuando se pudo observar el surgimiento de tantas de estas fortunas misteriosas cuyos orígenes son tan oscuros como la lujuria y el libertinaje desenfrenado que las acompañan. Fue cerca del cierre de este periodo, y no tanto tiempo antes de que el Regente buscara, por medio del famoso tribunal bajo el nombre de Chambre de Justice, eliminar a esta multitud de traficantes, cuando cuatro de ellos concibieron la idea de este singular deleite de lo que a continuación se contará.
El sadismo es un producto de la guerra. Del deseo de hacer la guerra, de sacar provecho de ella y el caos envolvente que trae consigo, que convierte a la gente sadista.
De los testimonios de segunda mano de las noticias que escucho de mis amigos y amigas y de mi familia, entiendo que el presidente actual ha amenazado con invadir Canadá y Groenlandia, que inició guerras comerciales contra Taiwán, México e incontables países, que ha seguido arrastrando la guerra de Rusia contra Ucrania y expandido su guerra contra el llamado “wokismo,” que es en realidad una guerra contra las mujeres, las personas de color, miembrxs de la comunidad LGBTQ+, migrantes, periodistas, entre otros grupos.
El hecho que ahora abiertamente describa a Gaza como una oportunidad de bienes raíces no sólo captura su sadismo, sino quizás también abre una nueva ventana que revela cómo él mismo entiende su propio pasado. Porque, ¿qué es una guerra sino la adquisición de territorio? Me pregunto si el presidente ve a Alejandro Magno como el gran desarrollador de bienes raíces.
Si para Sade, el deseo de hacer la guerra y sacar rédito de la guerra, vuelve a las personas sadistas, entonces es la riqueza ilícita que se obtiene a través de la guerra que las hace peores. Quizás estemos más habituados con el término “niebla de guerra,” que describe la incertidumbre y falta de conciencia situacional que aflige a quien entra en combate.
Sade sugiere que hay algo similar en juego, que podría acuñar “niebla de riqueza.” Es un efecto en el cual el precio de adquirir riqueza se paga con la pérdida de las capacidades sensoriales específicas de las que alguien depende al situarse con otras personas, y quizás de manera más importante, con uno mismo. Es como si lo que creara el poder soberano generado por la riqueza fuera una forma de deprivación sensorial.
Sade, como lo es típico de su escritura, es explícito en torno a lo anterior. Los cuatro personajes principales de Sodoma literalmente se aíslan, junto a sus víctimas y cómplices, en un castillo. Este encarcelamiento propio buscaba intensificar la experiencia para ellos. Pero sin importar qué tanto lo planean, lo trabajan y lo intentan, nunca encuentran deleite. Nunca están satisfechos.
Esto sucede porque no pueden sentir nada. Sus sentidos se han atrofiado al hacer la guerra y por el aislamiento que trae la riqueza. No logran distinguir la diferencia entre las sensaciones que son placenteras con aquellas que son dolorosas, o si los sollozos son de alegría o de sufrimiento. Ésta es la razón por la cual, mientras se desarrolla la narrativa de Sodoma, la violencia sexual y la depravación se vuelven más y más horrorosas. No pueden sentir nada que traiga la satisfacción y creen que la única manera de sentir algo es a través de hacer más y versiones más extremas de lo mismo.
Nada caracteriza esta dinámica tan concisamente como algo que comúnmente pasa desapercibido por los sadistas de Sade. La crueldad orgullosa y abierta que profieren—que para ellos simboliza su propio vigor—comúnmente enmascara la dificultad que tienen para eyacular y mantener sus erecciones. En Sodoma, demuestran signos de impotencia sexual.
La depresión ha sido descrita como una “neblina sobre el campo de batalla,” un estado en donde nada parece certero y concreto, pero todo se siente distintivamente terrible. Estar envuelto en el caos creado por aquellos quienes hacen la guerra naturalmente detona la depresión y sentimientos de agobio.
Como artista he comprendido que encontrar algo como una obra de arte—lo suficientemente vívida y destacada para capturar el sinnúmero de dimensiones de lo que acontece—ayuda a dispersar la neblina, aunque sea un poco, para no sentirme tan desorientado. La experiencia se torna más concreta e inteligible sin la tensión de fuerzas confusas, e incluso contradictorias, que operan para minar la claridad. ¿No es esto por lo que debe distinguirse el arte?
El Marqués de Sade es precisamente eso para mí ahora. Todos los órdenes y los actos que parecen desafiar a la humanidad, o si no a la razón, se vuelven menos desconcertantes y más comprensibles. Butler lo señala, una y otra vez. Y ahora no puedo dejar de verlo. Estamos en Sodoma.
En el artículo de Butler, se nos advierte no entrar en el agobio. Muchos y muchas han escrito sobre esto y advertido lo mismo. Esto es por qué, por ejemplo, dejé de leer las noticias. Sentí que estaba ejerciendo lo que Isaiah Berlín llama “libertad negativa,” o mi derecho a ser libre de lo que es dañino o debilitador.
Pero Berlín también se refiere a la “libertad positiva,” o el ejercer la libertad de hacer, crear o actuar. Butler invoca la necesidad de la libertad positiva al animarnos a “encontrar pasiones propias” a manera de resistir la parálisis de nuestro propio enojo ante el sadismo que hasta ahora ha definido estos tiempos.
¿Cómo se ve la libertad positiva? ¿Cómo la imaginas? Sorpresivamente, Sade tiene algo que ofrecernos en torno a esto también. Está justo ahí, en el título: Los 120 días de Sodoma. ¿Por qué sólo 120 días? ¿Qué hay de los otros 245 días del año? Son los días que no los define el salvajismo y el sufrimiento. Los días que Sade no tenía en la imaginación, o de los que no tenía el valor para describirlos.
Imaginando cómo son estos días y cómo pueden llegar es lo que más me importa actualmente. Guían lo que hago y a lo que le pongo atención. Quiero saber cómo son los días fuera de Sodoma. ¿Cómo es la vida cuando no es determinada por políticas económicas basadas en el sadismo? ¿Cómo ofrecer un santuario o un apoyo para quien intenta escapar los amarres de Sodoma? ¿Cómo dejamos de participar de las variedades existentes de la ganancia de la guerra que producen y amplifican tendencias sadistas? ¿Cómo se siente el placer cuando es desencadenado del miedo, la vergüenza y la violencia? ¿Hay algún tipo de riqueza que no nos robe nuestros sentidos?
Estas son sólo algunas de las preguntas más esenciales. Me doy cuenta que no necesariamente se pueden responder con palabras o sabiendo esto o lo otro. Que quizás sólo se pueden responder a través de formas-de-vida, o viviendo, y participando en las vidas de los demás como un medio para comprender que vale la pena ser real y concreto el día de hoy.